En su mejor momento
Por: Germán Vargas Lleras
Es poco lo que no se ha dicho a estas alturas de Carlos Holmes Trujillo. Yo no tengo más que gratos recuerdos de los innumerables encuentros con él. Un hombre inteligente, alegre y consagrado al servicio de su país y de la gente. A lo largo de muchos años disfruté de su generosa y sincera amistad y seguí de cerca su trayectoria como hombre público, como académico, político y diplomático.
A principios de los 90, como ministro de Educación se había impuesto el reto de sacar una ley que reglamentara integralmente la educación superior. Labor nada fácil que consiguió a base de estudio, tenacidad y capacidad de interlocución con la aprobación de la Ley 30, aún vigente. Puso, además, en marcha el plan de universalización de la educación primaria, con el cual dejó huella a su paso por este ministerio, como lo hizo en casi todas las responsabilidades que asumió en su prolífica carrera como servidor público.
Y digo casi porque se me viene a la memoria su paso por la creada en su momento Alta Consejería para la Paz. Se iniciaba el gobierno de Ernesto Samper y, para sorpresa de todos, el nombre de Carlos Holmes Trujillo no apareció entre aquellos llamados a integrar el gabinete ministerial. No obstante haber dirigido por más de un año todo el equipo programático de la campaña, no parecía haber espacio para él en el alto Gobierno. Aceptó el ingrato cargo, en el cual poco se avanzó por la fragilidad del Gobierno que no permitió destrabar una negociación a la cual se habían negado las Farc. Una frustración en su carrera que seguramente habría de recordar muchos años después, cuando lideró la campaña por el ‘No’ a los acuerdos de paz. Qué vueltas termina dando la vida.
Entendió siempre el servicio diplomático como eso, un servicio al país, que prestó desde Tokio; Washington, en la OEA; Rusia, Austria, Suecia y Bélgica, donde tuvo la responsabilidad de impulsar el tratado comercial entre Colombia y la Unión Europea. Por cierto, otra de sus frustraciones fue no haber podido firmar el tratado, pues pocos meses antes fue removido de su cargo. Cuando fue designado canciller, al inicio del actual gobierno, todos supimos que no había persona mejor preparada para ese cargo porque además de ser un diplomático con trayectoria era ante todo un gran señor.
Recuerdo haberle dicho a Carlos que el sitio en el Gobierno donde podría prestar un mejor servicio era en el Ministerio del Interior. Con un gabinete de personas tan jóvenes y con poca experiencia en las lides políticas, su presencia en esa cartera hubiera sido determinante. Carlos me dio la razón y me confesó que el Presidente nunca le había ofrecido el cargo. Pero él sin duda estaba pleno en el Ministerio de Relaciones Exteriores, como también lo estuvo, hasta su prematura partida, en el de Defensa.
Ocupó las mayores dignidades por nombramiento, pero no era hombre de rehuir el escrutinio popular. Fue el primer alcalde de Cali, elegido por votación. Se lo recordará por su impulso a la descentralización, con la creación de las comunas y de los primeros restaurantes escolares. Esta etapa de su vida la recordaba entrañablemente.
También fue elegido para la Constituyente, donde impulsó las ideas descentralizadoras, la autonomía territorial, la revocatoria de los mandatarios, la tutela, la naciente Corte Constitucional y hasta la figura de la Vicepresidencia.
Fue candidato a la gobernación del Valle, aspiración que acompañé personalmente y con el equipo de Cambio Radical. Pero perdió frente a Angelino Garzón y el departamento se privó de haber tenido un gran gobernador.
Pero fue en la campaña presidencial de 2014, como candidato a la vicepresidencia, donde Carlos brilló por su caballerosidad y don de gentes. Jamás una agresión ni un comentario deslucido, solo afecto y respeto. Los debates que tuvimos parecían más un encuentro de viejos amigos que de contradictores.
Carlos Holmes Trujillo estaba en su mejor momento. Quería seguir sirviendo a su país desde la presidencia de la República, para la cual se había preparado toda su vida. Tengo la íntima convicción de que hubiera sido el mejor candidato que el Centro Democrático podía presentar y, de haber sido elegido, un gran presidente.