Las paradojas del paro
Por: Germán Vargas Lleras
Una semana más de paros y protestas con enormes costos y sacrificios para la gente, que exige desesperada regresar a sus trabajos, a su estudio, y poder hacerlo con seguridad y comodidad. Desafortunadamente, estas marchas hacen parte de una bien planeada estrategia que de manera continuada irá hasta las elecciones del 2022, manteniendo un clima de agitación permanente, con lo cual Gobierno y ciudadanía tendrán que aprender a convivir.
El Gobierno ha abierto ya las llamadas conversaciones sobre los temas que suscitan la protesta: reforma laboral, pensiones, desempleo, corrupción, nuevas oportunidades para los jóvenes, educación, reforma de la salud, proceso de paz, comunidades indígenas y afrocolombianas, entre otros. Todas estas demandas tienen un denominador común: inversión social e insuficiencia de recursos. Y, paradójicamente, el paro está contribuyendo a que la economía en su conjunto tenga un peor desempeño, genere menores oportunidades de empleo y comprometa la actividad comercial de fin de año. Se calcula en más de 100.000 millones de pesos el costo diario del paro. En Chile, por ejemplo, las protestas de este mes podrían comprometer en un 1,9 por ciento el crecimiento del producto de ese país.
Un menor crecimiento implica un menor recaudo de tributos e incide directamente en la capacidad del Gobierno para acometer los proyectos sociales que reclaman los manifestantes. Algunos parlamentarios que no esconden su descarado oportunismo piden ahora aplazar las discusiones de la reforma tributaria, sobre la cual ya habíamos conseguido un importantísimo acuerdo, y en cuyo texto se está todavía a tiempo de involucrar propuestas concertadas en las mesas de conversación.
Hace bien el Gobierno al escuchar, con el ánimo de concertar, no solo a aquellos que protestan, sino a otros sectores y a las regiones, las inaplazables reformas pensional, laboral y de la salud, al igual que defenderse del fuego amigo, que, viéndolo en perspectiva, es muy responsable también de estas jornadas de paro.
Grave equivocación es la participación de algunos políticos al haber intentado sacar descaradamente provecho de esta protesta. Más temprano que tarde, la ciudadanía les pasará cuenta de cobro.
El Gobierno ha conseguido un justo equilibrio entre la defensa de la integridad de la vida y seguridad de las personas y el derecho a protestar. Un equilibrio, por cierto muy frágil, que en muchos países se ha roto con grandes pérdidas en vidas y en ejercicio de libertades y derechos. Debemos reconocer y exaltar la labor de la Fuerza Pública, Ejército y Policía, y la manera como han conseguido mantener el orden y devolver la tranquilidad a los sectores que sintieron con angustia haberla perdido. Por supuesto, es de lamentar cualquier muerte, como la del joven Dilan, o las heridas causadas a más de 300 agentes y en particular al patrullero Arnoldo Verú. Las protestas suelen tener, por más cuidadoso que se sea, hechos que lamentar.
Dicho lo anterior, es hora de que las protestas se trasladen al escenario de los diálogos, de la búsqueda de consensos en torno a las principales demandas de estos grupos. Demandas que deberán atenderse con los recursos y en los tiempos que sean materialmente factibles, con compromisos realistas y que no generen frustraciones e incumplimientos capaces de desembocar en nuevos disturbios.
Conciertos como el aprobado por el gobierno distrital, concentraciones en plazas y parques o, incluso, marchas por vías que no comprometan el transporte público son buenas alternativas para, si se quiere, acompañar los diálogos sin interferir los derechos fundamentales a movilizarse, a trabajar y a estudiar que reclama con razón un porcentaje mayoritario de la población colombiana. Con orden, en paz y con respeto por los demás todo se puede, especialmente protestar.