Naufragó el barco
Por: Germán Vargas Lleras
En las dos semanas anteriores he hecho un detenido análisis sobre las razones por las cuales la reforma tributaria, por su inconveniencia e inoportunidad, constituye el verdadero despropósito nacional. Así lo están denunciando los voceros de los sectores económicos, políticos y sociales. Hasta un paro nacional ha sido convocado para el próximo 28 de abril. Y es que no le falta razón a la gente al sentirse avasallada por un Estado que en lugar de crear las condiciones para que se generen oportunidades de empleo y emprendimiento que le ayuden a salir de la crisis causada por la pandemia, lo que hace es arrinconarla con impuestos adicionales por $ 28 billones al año, de los cuales a las personas naturales les tocará aportar más del 60 %.
Argumenta el Gobierno que en Colombia las personas naturales contribuyen muy poco frente al estándar internacional y que por ello hay que cargarles la mano. La realidad es que hay dos universos de personas naturales: los que pagan hasta el último centavo de sus impuestos, como son los asalariados, y los que evaden total o parcialmente su carga fiscal, como es el caso de muchos profesionales independientes, comerciantes y personas dedicadas a actividades agropecuarias donde la informalidad es total.
Pero, en vez de buscar los recaudos en este segundo universo, la reforma se concentra en los asalariados, que serán los únicos que: (I) estarían condenados a pagar el impuesto solidario del 10 % sobre sus ingresos a partir de junio de 2021, (II) verán incrementadas sus bases gravables debido a la eliminación de deducciones y exenciones, (III) se someterán a una tarifa impositiva mucho mayor en el impuesto sobre la renta y (IV) verán afectada su capacidad de compra como resultado de los cambios en el IVA.
Mientras el país mantenga un nivel de evasión y contrabando que representa entre $ 40 y 60 billones de recaudo perdido al año, el principal esfuerzo debería concentrarse en controlar estos fenómenos. Eso se logra con sanciones ejemplares e inversión en capital humano y en tecnología. Lo que se requiere es decisión política.
Paralelamente, el control del gasto y del despilfarro debería ser el epicentro de la solución. Pero, claro, no es la vía fácil. La ley debería establecer la reducción obligatoria de los gastos de funcionamiento del Estado para los próximos años, lo cual puede inclusive elevarse a rango constitucional. La insólita y pintoresca visita de los preocupados empresarios Tomás y Jerónimo a Palacio esta semana puso sobre la mesa esta preocupación por la austeridad en el gasto, que por lo visto no es compartida por el Centro Democrático, que ya propuso gastarse por anticipado todo el producido de la futura reforma y más, ni por el Gobierno, que ya reencauchó un decreto de austeridad que no tendrá ningún impacto real.
El Gobierno debe considerar que la solución a una problemática fiscal que nadie desconoce debe ser de mediano o largo plazo. Las calificadoras de riesgo lo que necesitan ver es una ruta clara, así la solución se demore 30 años. Es preferible una solución gradual que elimine el déficit primario en un período de 5 a 8 años, en lugar de salir con un garrote a perseguir a los asalariados, a las empresas formales y a los ciudadanos de a pie en medio de la pandemia.
Pero si el Gobierno insiste en tramitar la reforma en este momento tan inoportuno, su aplicación debe ser gradual y no debería comenzar antes de 2024, para que por lo menos existan 3 años para recuperar empleo y crecimiento.
Pero la cereza del helado es el anuncio del ministro de Hacienda de querer dejar el barco en medio de la tormenta para irse a la CAF. Imposible mejor momento: con caja para seis semanas y alarmas de suspensión de pagos, incluidos los salarios estatales, con la urgencia de colocar 9 billones en TES en el cortísimo plazo y al borde, según él, de perder el grado de inversión, se irá dejando presentado un proyecto que lejos de ser la solución que el país necesita nos terminará de hundir en las profundidades de la recesión, el desempleo y la miseria. El capitán del barco siempre es el último en abandonar la nave. Aquí, en cambio, Carrasquilla será el primero en desembarcar. Buen viaje, ministro.