SOS a la prensa
Por: Germán Vargas Lleras
Muy grave para la democracia y para el pluralismo informativo la crisis, agravada por la pandemia, por la que atraviesan los medios de comunicación escritos. Preocupan en especial los diarios regionales que por décadas orientaron a la opinión y recogieron realidades que los medios con alcance nacional han ignorado o no han conseguido transmitir adecuadamente. Periódicos como El Heraldo, El Universal, La Patria, El Meridiano, La Opinión, Vanguardia o El País de Cali, para citar solo algunos, luchan día a día por sobrevivir. Mantenerlos a flote significa un esfuerzo descomunal para sus propietarios, directores y salas de redacción.
Estas casas editoriales han cultivado en las regiones la libertad de expresión, el pluralismo, la educación y la cultura y han sido semilleros de destacados escritores, poetas y periodistas, y también de líderes políticos y empresariales.
Para nadie es un secreto esta profunda crisis. Basta ver el tamaño de las ediciones, la pérdida de cobertura, la disminución en la pauta publicitaria. Entre 2014 y 2018 los periódicos redujeron sus ingresos en más de un 50 % en pesos constantes y este año la reducción ha sido de más del 40 % frente al mismo periodo de 2019. Con alguna excepción, todos los medios escritos regionales están operando a pérdida, quién sabe por cuánto tiempo más.
Esta realidad no es exclusiva de Colombia. Por eso, en muchos países se han adoptado de tiempo atrás medidas de todo tipo para preservar este patrimonio de las naciones.
Un recorrido por algunos de estos países puede ofrecernos ideas para implementar en el nuestro. En Austria, por ejemplo, desde 1975 existen subsidios directos a la distribución, con lo cual se busca apoyar “el mantenimiento de la verdad”. En Alemania se aprobó un apoyo de 220 millones de euros para los medios impresos, para acompañarlos en la transición digital. En Bélgica, las subvenciones corren por cuenta de las regiones y se subsidian los costos de operación, la formación de periodistas e, incluso, el lanzamiento de nuevos periódicos. Los subsidios se adjudican mediante licitaciones públicas y se financian en muchos países con un porcentaje de los ingresos por el uso y la explotación del espectro electromagnético. Una idea que bien podríamos evaluar en nuestro país.
En Dinamarca, Estonia y Finlandia se subsidian publicaciones culturales y científicas, aquellas dirigidas a las poblaciones infantiles y juveniles; también, la distribución y la entrega física en lugares apartados. Pero los campeones en Europa son los franceses. Allí los subsidios se asignan en un comité integrado por el Gobierno y representantes de la prensa que ha dispuesto más de 1.000 millones de euros al año para modernización y apoyo a medios locales, entre otros.
En Portugal, la protección se elevó a rango constitucional y el Estado tiene la obligación de apoyar a la prensa. Más de 150 periódicos se benefician anualmente de estos apoyos.
Las ayudas en otros países son indirectas y toman la forma de beneficios fiscales, tanto para los medios como para los periodistas, asignación de partidas para cubrir gastos de desplazamiento, gastos de arrendamiento de locales o fondos para garantizar préstamos de inversión y capital de trabajo de los periódicos.
Durante la pandemia se han irrigado millones de dólares en publicidad para campañas de salud y prevención y se han dado apoyos para cubrir las pérdidas operativas, como en el caso de Dinamarca. En Estados Unidos se discute en el Congreso una ley de sostenibilidad del periodismo local, que incluye créditos fiscales, apoyo a pequeñas empresas para compra de publicidad, incentivos fiscales para contratación de periodistas y un agresivo programa para “sembrar periódicos locales”.
Ya va siendo hora de que, en Colombia, siguiendo el ejemplo de la gran mayoría de las democracias occidentales, el Gobierno y el Congreso aprueben un conjunto de medidas que, preservando la independencia informativa, consigan garantizar la supervivencia de los medios escritos antes de que sea tarde y nos quedemos en manos de las redes, con sus virtudes, pero también con sus grandes falencias, sus noticias falsas y su anonimato en materia de responsabilidad informativa.