Túnel de La Línea, poco que celebrar
Por: Germán Vargas Lleras
Sé que corro el peligro de que me tilden de aguafiestas, pero en la inauguración del túnel de La Línea creo que hay poco que celebrar; sí, mucho que lamentar y muchas lecciones que aprender. En el conjunto de las grandes obras que se han desarrollado en el país, tal vez esta se lleva todos los premios: una obra mal planeada, mal diseñada, mal licitada, mal contratada y, por supuesto, mal ejecutada.
Ya en 1968, en el gobierno de Carlos Lleras, el entonces ministro de Obras Públicas, Bernardo Garcés, advirtió con mucho sentido que el túnel debía construirse en la base de la cordillera y no a 2.500 metros de altura. Cuán diferente hubiera sido este proyecto de haberse acogido este concepto técnico. Pero no. En la adjudicación del contrato solo contó el criterio económico. La obra se licitó, óigase bien, sin estudios ni diseños fase 3 y sin conocerse los resultados de la excavación del túnel piloto, por lo que ni siquiera se evaluaron los riesgos geológicos ni mucho menos las distintas modalidades contractuales. Solo importaba adjudicarlo rápido y al menor precio.
Y ahí tenemos las consecuencias: de un presupuesto de 629.000 millones de pesos pasamos a uno de 4.04 billones, a precios de hoy; de un plazo de 6,5 años pasamos a más de once años, y todavía falta bastante. Cómo pudo contratarse esta obra en la modalidad de precio global fijo, bajo la cual se entrega a los contratistas la totalidad de los recursos, en vez de haberla hecho por precios unitarios, pagando solo lo ejecutado y entregado y sin anticipos. Este pecado original fue cometido por quien ahora, desde una enorme placa con busto incluido, nos dará la bienvenida a la entrada del túnel, el fallecido exministro Andrés Uriel Gallego.
El gobierno Santos recibió este desastre con un 1 % ejecutado y lo entregó en agosto de 2018 con un avance de más del 80 %, lo que incluía la construcción de viaductos en un 87 %, de los túneles cortos en un 80 % y de los revestimientos en un 67 %. Fueron inimaginables las dificultades que tuvimos que sortear para enderezar este proyecto.
En 2016, y ante el incumplimiento reiterado del contratista, el gobierno anterior tuvo que imponer las primeras multas, a las que se sumaron los embargos de la Dian, las sanciones ambientales de la Anla y de la CRQ, además del fallo condenatorio en una acción popular promovida por la Defensoría del Pueblo. Posteriormente fue necesario iniciar el proceso de caducidad del contrato, conciliar su terminación y volverlo a adjudicar en un proceso muy complejo, pues, como es natural, nadie quería asumir los riesgos constructivos de este.
En plata blanca, el gobierno Uribe puso en esta obra 190.000 millones; el de Santos, casi 2 billones, y el de Duque, 760.000 millones, lo que incluye las obras pendientes. En total, más de 5 veces el presupuesto original.
Por ello es justo decir que si a alguien se debe esta obra es al gobierno anterior, que tras heredar esta desgracia puso los recursos, dio todas las batallas y la entregó con una ejecución de más del 80 % y contratada en un 95 %. Pero tiene razón el presidente Duque cuando afirma que adueñarse de las obras es la peor mezquindad. Por supuesto que las obras no son de nadie, son públicas, son de todos, de los colombianos, pero bueno sería reconocer los aciertos y los esfuerzos financieros y técnicos para sacarlas adelante. Y también visibilizar los errores, como aquellos del actual director del Invías, antiguo director de grandes obras de la misma entidad y corresponsable de la adjudicación del contrato. El mismo que contrariamente a lo hecho en el puente Pumarejo resolvió, con respecto a las reclamaciones del Estado por más de un billón de pesos en contra de la firma constructora, desmontar el Tribunal de Arbitramento y pasarlo a la justicia contenciosa. Insólita y costosa decisión.
A la obra que se inauguró aún le faltan 5 km en Quindío y 8,8 km en Tolima, todos de doble calzada y que incluyen 10 túneles cortos y 24 puentes. Además, es preciso recordar que esta obra solo dará paso en el sentido Armenia-Ibagué, por lo que nos quedaron debiendo la mitad de la obra. Ante este panorama, creo que no hay mucho que celebrar.