Destino incierto
Imposible no referirse en esta Semana Santa al calvario que viven miles y miles de pasajeros afectados por las cancelaciones de los vuelos y la ausencia de planes de contingencia, ante la quiebra “sorpresiva” de algunas compañías aéreas y, en general, por la falta de oferta suficiente y competitiva de tiquetes y la mala calidad de los servicios ofrecidos. Todo, en medio de la falta absoluta de autoridad y gobierno, esta vez en un sector altamente sensible para las familias colombianas y la economía de las regiones.
En la crisis de esta semana confluyen muy variados elementos, además de la quiebra de las aerolíneas Viva y Ultra, la falta de infraestructura aeroportuaria, la urgencia de avanzar en una regulación más moderna y competitiva y una política de cielos abiertos, libertades y plena liberalización del transporte aéreo.
Recuerdo que en tres oportunidades presenté al Congreso esta iniciativa, cuyo principal efecto es otorgar el derecho de que una aerolínea extranjera pueda embarcar pasajeros en rutas nacionales. Con ella se reduce el papel del Estado, depositando en las empresas privadas la definición de las rutas, la frecuencia de estas, las sillas ofrecidas, las tarifas, las condiciones y también las promociones. Que haya mayor cantidad de operadores y mayor cantidad de rutas sin restricciones conduce, naturalmente, a una mayor oferta, tanto nacional como internacional, y por este camino a una reducción significativa de las tarifas.
En esta discusión es importante recordar que hoy Avianca, Latam, Copa y Wingo son empresas 100 % de capital extranjero, así que no hay lugar a falsos nacionalismos.
En tanto se aprueba esta política, resulta indispensable una supervisión estricta del modelo ‘low cost’ o de bajo costo, que representa el 40 % del mercado. El modelo ha entrado en crisis en Colombia porque no tiene un plan de adaptación a nuestra realidad: opera en los mismos aeropuertos, con los mismos horarios, los mismos impuestos, los mismos circuitos, las mismas cargas laborales y el mismo costo de combustible que las aerolíneas convencionales. Hay que corregir todo esto y conseguir que el modelo no se asuma como competencia sino como complemento del modelo tradicional, como ocurre en los países en donde funciona adecuadamente.
El turismo vive la peor crisis de la última década. Pero el Gobierno no ha hecho más que equivocarse. Comenzando con el aumento del IVA a los tiquetes aéreos del 5 al 19 %, y a los servicios turísticos y hoteleros del 0 al 19 %. Nada ha hecho en materia de planes de mitigación de efectos de la inflación, devaluación y aumento de precio de los combustibles, que representan para la industria costos adicionales de 101 %. Y, por supuesto, ausencia total de la Aeronáutica Civil, la SIC y la Supertransporte en cuanto a supervisión financiera, comercial, logística, operativa y administrativa.
El ministro Reyes dice que Ultra y Viva Air se robaron la plata de los 327.000 pasajeros que no pudieron viajar. No le falta razón, pero ¿qué hicieron para evitarlo? Resulta inaceptable, cuando desde junio eran conocidas las graves dificultades financieras de Viva Air, y todavía más inaudito que pocos días después de su quiebra, al ministro nuevamente lo hubieran cogido “dormido” con la también súbita suspensión de operaciones de Ultra Air.
Cómo no investigar la conducta del empresario detrás de Viva Air y Ultra y del presidente de su junta directiva, el señor David Bojanini, el recordado ‘zar’ del gobierno Corporativo en el grupo GEA, famoso por su multimillonario bono de retiro, que esperaríamos no esté replicando en Viva, por cuenta de los timados pasajeros.
En lo inmediato, es urgente resolver la situación de los miles de pasajeros estafados, muchos de ellos aún varados en los aeropuertos. Impostergable resolver la integración operacional entre Avianca y Viva y definir con prontitud las observaciones de los competidores, ofreciendo a todos horarios competitivos, promover la constitución y llegada de nuevas compañías con solvencia operativa y financiera, modernizar la regulación y supervisión del sector, avanzar con la política de cielos abiertos, invertir en la infraestructura aeroportuaria y, sobre todo, no creer que la crisis se va a solucionar a punta de avión presidencial y declaraciones populistas.